viernes, 31 de diciembre de 2010

Feliz año 2011 a tod@s!!

Spasski volvió a tener otro sueño. No fue un sueño húmedo, fue un sueño tranquilizador. Sonaba una dulce melodía de jazz y preciosas ninfas revoloteaban alrededor de su pulcro torso. Yacía desnudo sobre un manto de hojas amarronadas, otoñales. Tenía los ojos cerrados, la expresión arcaica, pero en ese estado hipnagógico sentía como le temblaban las rodillas. El corazón le latía despacio, tranquilo, al ritmo que marcaba el jazz. Era un escena plácida, complaciente, repleta de buenas vibraciones, casi podía tocarla con las manos. Su mente, su cuerpo, su ego, todo él flotaba y se sumía en un entero de placer y felicidad.
Y entonces algó quebrantó a las ninfas. Dejaron súbitamente de danzar y salieron despavoridas a otros sueños, a otros mundos más tranquilos. La música también cesó de repente. Spasski ahora sudaba y se mostraba ligeramente incorporado, todavía confuso por el excelso sueño hedónico.
Ante él apareció un hombre, con el pelo engominado, vestido con traje de Armani y una elegante corbata anudada con precisión al cuello, dejando entrever los picos de una blanca camisa. Impoluto, sujetando un maletín mal cerrado que apretaba el dinero guardado dentro.
- ¡¡Spasskiiiiiii, el 2011 será el apocalipsis!! La crisis vendrá pegando fuerte y acabará con todos nosotros... La CRISIS Spasski, la ¡¡¡¡CRISIIIIIIIIIIIIIS!!!!
Spasski, acongojado y enfurecido, con los ojos vidriosos, dolorido porque hubieran interrumpido su paraíso, se dispuso a gritar algo a aquel sucio personaje. Pero se paró. Movido por una fuerza divina se controló, pensó antes de hablar, y ya más tranquilo, como si hubiera pasado una eternidad, se acercó a él y le musitó al oído:
- ¿Crisis? Los artistas siempre estamos en crisis.
Y el hombre extraño se difuminó, empezó a desaparecer breve pero constantemente y justo en el momento en que se volvía invisible se divisó un pequeño rabo rojo, que también desapareció.
Volvieron las ninfas, más alegres, más contentas; y el jazz sonó más alto, más contento, más alegre. Spasski seguía tranquilo y feliz. Todo era maravilloso de nuevo.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Arte napolitano

Pietro Manzeroni estaba hasta los huevos de Nápoles. Odiaba sus calles y sus plazas, odiaba sus parques y sus monumentos, odiaba a los napolitanos; y a los que no eran napolitanos y vivían en la puta Nápoles, también los odiaba.

Como cada mañana, Pietro se subió a su viejo taxi y se dispuso a iniciar la ruta. Tenía a un cliente esperando en la Via San Mandatto, una pequeña calle colindante a Salvator Rosa.
A la altura del Restaurante Gorgorino el semáforo se puso en rojo. Pietro detuvo su taxi y observó la acción que transcurría dentro del local. Hacía años que pasaba por ahí. A decir verdad pasaba todos los días por ahí y siempre veía lo mismo. Veía a gente comer ajena a su alrededor, veía al mecenas Rossi hablando por teléfono, al artista Marco riéndose a carcajadas y a la abuela de ambos observándolos a todos, incluso al propio Pietro, que pasaba por ahí todos los días y siempre miraba.

El semáforo se puso en verde y nuestro taxista giró a la derecha en el primer cruce, cerca ya del destino. Giró en Santa Tarsia y tuvo que maniobrar con cuidado para no romper ningún espejo retrovisor en la estrecha Via Ventagleri. Volvió a virar su vehículo hacia San Mendetto y se introdujo de pleno en el barrio Sanitá.

En las entrañas de ese suburbio a Pietro le daba la impresión de que los muros escuchaban y de que la gente siempre está observando. Había poca gente paseando, a pesar del buen día que hacía, y las tabernas del deslucido arrabal estaban casi todas cerradas. En uno de los decadentes muros de Sanitá, Pietro detuvo su mirada. Su vista alcanzó un grafiti que rezaba así: PAOLO TIC TAC
Sin duda era un mensaje claro e inmediato. Una obra de arte minimalista pensaría algún cabrón. Y a su mente vino la imagen de Marco desternillándose.

Pietro sintió un escalofrío y prosiguió su itinerario. Llegó al fin a la Via San Mandatto y allí estaba su paciente viajero esperándole.

- ¡Buon giorno!
- ¡Ciao compañero! ¿Qué tal? Acérqueme a la plaza San Pasquale.
- Ok. Será un placer.

Pietro puso música clásica italiana. Era lo único que le gustaba en cuanto a música, y también era lo único italiano que realmente amaba, además le relajaba bastante. Escuchar aquello le reportaba placer y tranquilidad, se olvidaba por algún tiempo de Nápoles y sus gentes.

- Perdone amigo, ¿podría quitar la música? Es que tengo que leer unas cosas antes de llegar a mi destino y me molesta un poco.
- Emm... - Pietro vaciló - bueno, es mi música y este es mi taxi, siento si no le gusta la música o le distrae pero es imprescindible para mi tenerla puesta.
- Parece que no me entiende amigo – el hombre carraspeó un poco la voz y se tocó con elegancia el nudo de su corbata – Se lo voy a pedir por favor, quiero que apague esa mierda de música ahora mismo.

Pietro frenó ipso facto el taxi, acercó su mano hacia la guantera y sacó de ella un revólver antiguo. Apuntó a la cabeza al grosero pasajero que ocupaba el asiento de atrás y espetó:

- ¡Odio a las personas como usted! ¿Quién coño se cree?

Y acto seguido disparó dos balas a la cabeza de aquel personaje. ¡Pum, pum!
Aquello también fue conciso y directo. Una obra de arte. ¡Pum, pum!

Ahora a Pietro, Nápoles le parecía un sitio más limpio, aunque su taxi estuviera lleno de sangre.
¡Pum, pum!

lunes, 6 de diciembre de 2010

Insomnio postmoderno

Era inusitadamente pronto para que ya estuviera despierto. Últimamente dormía jodidamente mal. Había utilizado Trazodona y Rivotril, recomendados por mi psicoanalista, pero no habían surtido ningún efecto. También empleé técnicas propias (poco confesables) con las que había disfrutado; pero disfrutado despierto.

Al final la puta psicoanalista iba a tener razón y mis noches en vela eran proyecciones en mi psique de un pasado excesivamente hedónico.

Aún siendo las siete de la mañana, me serví una copa de ron, y me dispuse a eliminar, al menos momentáneamente, mis fantasmas espirituales. Decidí ir al museo contemporáneo. Visualizar todas aquellas mierdas de arte postmoderno me hacía sentir en calma. Siempre he pensado que el arte postmoderno fue creado por un esquizofrénico sin medicar y en una noche de insomnio.

Estaba delante de un gran cubo negro. En su interior yacía un hombre de mediana edad, vestido de militar. Mi psique trazaba historias fantásticas, cuando fue interrumpida bruscamente:

- Es una obra inquietante, hace reflexionar y dudar a la vez - la cuarentona me miró y señalando la obra continuó: es una gran obra del arte underground croata, una magnífica alegoría sobre la vida sobria y recta del individuo medio cosmopolita. Un devenir sin fluir, solo con ida, sin vuelta; haciendo lo correcto, como militares, como si estuviéramos metidos en una caja negra, sin poder ver el exterior.

- Cierto señorita, el hombre yace en medio de la nada; como tú, como yo, muertos en vida. ¿Un café?