lunes, 26 de septiembre de 2011

2184

La luz verde del enorme letrero atraviesa la atmósfera, diáfana, pero en una calma pesada, creando una escena donde se entremezclan colores futuristas, algunos indescifrables, en un gigantesco y ditirámbico conjunto de tonos lapislázuli, neón y fluorescente. Cuatro son las autopistas que dan acceso hasta el gran centro comercial. Cuatro autopistas de ocho carriles cada una. Una obra de ingeniería superior, notable, en la que trabajaron cuatrocientos veintiocho robots, dirigidos por dos técnicos humanos, y que llevó apenas sesenta semanas de duración. "La dimensión debe ser enorme, lo más grande hecho hasta ahora, y los accesos fáciles" dijo en su momento Xiua-du Pen, a la postre consejero nacional del territorio norte-este y que vio aumentar su popularidad hasta cotas insospechadas con esta magna obra.


El territorio mundial está dividido en dos grandes zonas. La norte y la sur. Las diferencias económicas y sociales se hicieron insuperables hacia la mitad del siglo XXII, para entonces, ya existía una gran coalición entre los países de la zona asiática, con China y Japón como líderes de la comunidad. El distrito norte-central corresponde a la Vieja Europa, con la anexión de Marruecos y algunos países sudamericanos, como Brasil y Argentina, con opción de opinión pero no de elección. Estados Unidos tiene el mayor número de congresistas y parlamentarios en el Senado Mundial, con sede en Zúrich, y supo, llegado su momento, adaptarse a las nuevas situaciones políticas que se produjeron prolongando así su primacía sobre el resto de coaliciones internacionales.


Michael Dupont, descendiente de padre francés y madre rumana-gitana, residía durante hacía ya unos años en Tokio, la capital económica y política del distrito norte-este. Sus inicios como sindicalista y su pasado gitano le granjearon importantes enemistades, pero los años, el aplomo y unas buenas relaciones diplomáticas hicieron de Dupont uno de los artistas más carismáticos del momento. Su última obra, de alcance mundial, era una mezcla de performance y videos y un alegato contra la situación de la mujer. El siglo XXII no había proporcionado el avance esperado en ese aspecto. Los robots eran una mano de obra barata y exigente y la inmigración interzonas no existía. Las barreras eran literales e infranqueables entre norte y sur.


El taxi estacionó a escasos doscientos metros del gran centro comercial. Dupont se apeó con tranquilidad del vehículo mientras buscaba dinero en sus monederos. Pagó alrededor de 119 yuanes, la moneda oficial del distrito. Junto con el euro y el dólar habían sobrevivido al continuo vaivén de los mercados y su cotización estaba al alza. La gran crisis del 2008 agitó el comercio internacional y sirvió, décadas más tarde, para reconstruir el mapa mundial. La denominación de país cayó en desuso y ahora era más aceptado hablar de zonas, territorios o grandes comarcas. La política se llevaba a cabo en áreas enormes pero había perdido su importancia. En realidad, era el dinero el que imponía las decisiones a los grandes gobiernos. WalMart, Shell y Toyota tenían más poder que las agrupaciones políticas existentes. La crisis no deshizo el capitalismo sino que lo transformó y debilitó las democracias. Ahora los grandes servicios eran controlados por una o dos empresas que fijaban los precios de antemano, se había eliminado la competencia y una especie de darwinismo económico dominaba el mundo, al menos el norte. La mayoría de la población se desligó aún más de la política y las grandes compañías supieron reaccionar con rapidez y hacerse hueco en un panorama, que aunaba economía-política; las distinciones entre ambas disciplina eran ya casi inexistentes; las elecciones eran un trámite meramente anecdótico. La inmigración simplemente no existía, los ciudadanos del sur estaban incapacitados para viajar hasta el norte, donde el control de las fronteras era férreo y pertinaz. Sólo Australia y algunos países sudamericanos disponían de visados especiales para llegar hasta la zona más próspera. África era un continente completamente olvidado e ignorado.


Dupont se situó al final de la fila de personas que estaban esperando a usar el servicio de venta. Todo se podía comprar a través del portal web del centro. 10 yuanes equivalían a 10 minutos para realizar tus pedidos. Al otro lado del ordenador, se iban colocando los productos seleccionados y, debidamente ordenados, unos robots metálicos se encargaban de embalarlos para su entrega al cliente. Obviamente esta operación también se podía llevar a cabo desde casa, pero entonces la entrega se demoraba y además no había posibilidad de réplica. Dupont prefería ir hasta el gran centro y hacer la compra desde los ordenadores de allí.


Gastó poco más de 456 yuanes y se aprovisionó de víveres para más de un mes. Las nuevas innovaciones en el campo de la alimentación unido a las nuevas técnicas industriales de fabricación de alimentos permitían almacenar los productos hasta un par de décadas. El concepto de caducidad había, irónicamente, caducado. Un ciudadano normal del norte mundial realizaba la compra una media de ocho veces al año, lo que era un ahorro de tiempo y energía considerable. Aun así, debido a la existencia de un único centro comercial por distrito, esta tarea no estaba exigua de tiempo, pues siempre estaban masificados. Retomó el viaje inverso en otro taxi distinto y arribó en su casa nuevamente, previo desembolso de 118 yuanes, un yuan más barato que la ida.


Accedió al ascensor y éste se elevó hasta el piso 218. La demografía del norte mundial estaba estancada desde el 2080, más o menos. Los robots hacían gran parte del trabajo antaño desempeñado por humanos y el tener descendencia era una elección más que una preocupación. La medicina había evolucionado hasta tal punto que podías elegir los rasgos físicos de tu retoño y se realizaba un pequeño test antes del nacimiento, donde se medían variables demográficas, sociales y económicas – entre otras - para intuir cual sería la inteligencia del mismo. Los resultados obtenidos desistían a muchas parejas de tener hijos. Si bien es cierto que esta situación se daba con frecuencia, sobre todo en el distrito este, de tradición superpoblado, no menos cierto es que la esperanza de vida se había elevado hasta los 111 años. Esto había llevado a ciertas zonas muy conglomeradas de habitantes, además las estructuras que se construían tendían a la magnificencia y ocupaban realmente mucho espacio. La solución a tal hacinamiento la dio, en 2106, Miquel Lajarreta, premio nobel de Arquitectura ese mismo año. El nuevo modelo arquitectónico hacía hincapié en el eje vertical. Los edificios se elevaban hasta el infinito, con construcciones que en algunas ciudades llegaban hasta los 600 pisos (más de 2 kilómetros de altura). Se sostenían horizontalmente con pequeñas pero vigorosas listones de titanio que salían del edificio y se hincaban en el suelo en forma diagonal.


Michael introdujo su llave en la ranura USB de su casa y ésta se corrió al instante. La abertura de las puertas de forma corredera era típicamente asiática y todavía seguía vigente en las construcciones de esta área. Incluso muchas zonas del centro mundial la habían acogido de buen grado en recientes edificios comunitarios. El piso seguía a una temperatura de 22 grados y los altavoces de la casa de autoconectaron para emitir beats profundos e hipnóticos. La música electrónica había desbancado por completo a los demás tipos de música y era lo más escuchado en todo el norte. Dupont descorchó una botella de vino tinto y la escanció sobre un vaso.

domingo, 18 de septiembre de 2011

¿Princípes inútiles?

"Dedicado a lo más esencial de mi vida, mi particular princesa"


Spaski encara beodo El Principito de Saint-Exupery. Esta noche no ha habido sueños eróticos ni concesiones a la imaginación. Solo alcohol y música, demasiada música. Los beats se aderezaban con puntitas de speed y se fusionaban visualmente con alguna cinta porno de finales de los ochenta, cuando no estaba tan extendido el concepto de depilación. Esta existencia placentera era interrumpida de vez en cuando por los gritos de la vecina de al lado. Una vieja, fea y gorda, de unos setenta mil años, a la que la muerte no ha tenido valor de llevarla.


Lo interesante de la mezcla alcohol y speed es que se retorna en un bucle infinito. A más speed más ganas de beber y a mayor sensación etílica mayor apetito speedico. El cuerpo humano es una máquina con límites variables, cambiantes. Sólo el que experimenta con ellos conoce realmente cuáles son, aunque la intriga siempre permanece presente, pues éstos no son eternamente exactos.



Ese experimentar corporal conduce a sensaciones de otras búsquedas, más antropológicas y/o filosóficas. Que es lo mismo que decir: más inútiles. La filosofía es un bello eufemismo de trabajada inutilidad. Lo que, paradójicamente, la hace útil y deseable, porque vivimos actualmente en un mundo rodeado de cosas inútiles, de seres inútiles.
Móviles, portátiles, secadoras para el pelo, yogures light de pan de higo con trozos de ciruela claudia, cargadores de batería a batería… Creaciones humanas para aligerar nuestra existencia. Ineptitudes, estériles, banalidades…


Puede que nuestra esencia sea así misma como esos objetos inanes. Para qué sirve un apéndice, por qué no se cortan las orejas los sordos. Pero en ese caminar hacia la futilidad, en ese hacer y deshacerse constante hacia ningún sitio, quizá resida la belleza del ser humano. Los animales se autoprograman hacia objetivos apetitosos y deseables: comer, beber, follar, defenderse para comer más o para follar más. El ser humano ha perdido su agenda de actuación y se tambalea por un mundo cada vez más eléctrico, más desaveniente.
Y es ahí donde nace nuestra esencia. Donde el homo sapiens se hace grande y locuaz. En ese instante fugaz, dorado, vital, existencial, en el cual tomamos nuestra copa de vino, esnifamos nuestra raya de speed, botamos ante unos beats techneros detroitianos, se nos erecta el miembro más animal ante un pubis peludo y pasado de moda, contestamos a gritos a la vieja de al lado: muérete…


Cuando leemos El Principito y nos damos cuenta que “lo esencial es invisible a los ojos”

jueves, 1 de septiembre de 2011

Vampiros en la ciudad

Camino veloz y pesadamente, haciendo esfuerzos desmesurados, controlando mi cuerpo para que no se eleve. Me abruman los pies y los brazos, en cambio mi alma está fresca, como recién nacida

Desconozco si huyo o quiero hallar, no recuerdo qué busco, intuyo el caos flotando amenazadoramente.




La muchedumbre fluye a mi alrededor, ajena a mis sangrientas pretensiones. Muchos corren, literalmente, en busca de algún oxidado recuerdo. Percibo sus cuerpos con su etéreo material: sudor, desgana, futilidad… No hay señales del alma. La psique hace tiempo que huyó buscando refugio en seres menos estultos. Sus miradas no hacen daño, causan pavor, por la indiferencia que uno siente al ser tomado por esas pupilas enrojecidas, licuadas, que otean el horizonte en busca de felicidad.




Nadie mira a nadie, no se escuchan voces, sólo el ajetreo, que en calles tan machacadas parece permanecer allí, impertérrito, como si la eternidad fuera su guarida y su prometea condena la continua manifestación de su sonido.




Me detengo en seco. Allí mismo, el lugar no lo he elegido yo. Han sido mis articulaciones, convertidas ya en plomo e inútiles de profesar cualquier tipo de movimiento. Siento cómo la brisa mece frágil y eróticamente mi cuerpo. Exhalo un grito ahogado desde mis entrañas, limpias, seguras, en armonía con lo que me rodea. Puedo ser Jesucristo bajado de los cielos. Puedo ser Diógenes en busca del ser humano. Puedo ser un vampiro sediento de sangre. O puedo ser uno más entre tantos.




Cuáles son mis sueños, dónde empiezan los suyos. No existe la originalidad. Las almas están en huelga de reencarnaciones, pues ya no se molestan en vagar buscando cárceles, cualquier cuerpo les vale. Nadie conoce a nadie. Todos los días sale un nuevo Sol. Somos poesía que ya no rima.