miércoles, 18 de julio de 2012

Apuntes para un "Manifiesto vital"

[Lo que a continuación sigue es un breve ensayo realizado por Spaski, no presentado en ninguna otra parte y descartado para algún que otro trabajo y/o concurso, y que contiene dos partes: "Contra la psicología barata" y "Para una metafísica de la vida". El ensayo sigue en crecimiento y lo que aquí se aporta son unos simples esbozos del mismo]


MANIFIESTO VITAL 
- Contra la "psicología barata"

No hay nada más equivocado, a mi entender, que alguien que busca refugio anímico en las secciones de “psicología” de las librerías. No lo digo por la necesidad, muy humana por otra parte, de intentar calmar el “ansia existencial” que vagabundea entre horarios inhumanos de trabajo y familias desestructuradas y que, por si esto fuera poco, las corrientes postmodernas se afanan en recordárnoslo a cada momento.  

Lo digo porque ojeando esta sección uno acaba topándose irremediablemente con algo denominado “autoayuda” que, dicho sea de paso, actúa como un catalizador de compra para las mentes débiles.

En primer lugar me veo obligado a señalar dos cosas, antes de proseguir con mi manifiesto vital:

1-      Hay una mentira fehaciente en la etimología usada, con fines comerciales obviamente. “Ayuda” es la acción del verbo ayudar, que si nos remitimos al diccionario de la RAE viene definido como: “prestar cooperación” en su primera acepción del término y como “auxiliar o socorrer” en la segunda. Y ahí radica el primer error: hay un tremendo desfase gramatical, un horrible oxímoron y una falacia pertrechada durante años en el término autoayuda. Ayudar siempre implica a otra persona, otro sujeto al menos, el ayudado y el que ayuda; la cooperación nunca puede ser individual. Tú no te puedes ayudar a ti mismo. Uno puede reflexionar o meditar (verbos muy caídos en desuso por cierto), incluso, si se me permite usar el término de Ortega, “ensimismarse”. Busque sinónimos de ayuda (aportar, contribuir, participar…) todos incluyen a otra persona, o conjunto de personas, o están relacionados con algún otro ente; en cualquier caso la acción de ayudar nunca se puede hacer sólo o sobre uno mismo. De esto saben, y mucho, las religiones.

2-      Esos libros que aparecen en esas estanterías NO son psicología. Algunos autores (todos podríamos dar tres o cuatro nombre con facilidad) usan una retórica efectivista pero hueca, y un impactante marketing publicitario para alzarse a los primeros puestos en la lista de ventas. Escribir un libro para cambiar la vida a la gente es, cuanto menos, pretencioso. Me recuerda a Freud cuando se autodenominó, refiriéndose a su nuevo método, como la tercera revolución intelectual, tras Copérnico y Darwin. ¡Ja! Hoy día el psicoanálisis en el campo de la salud mental está al mismo nivel que el de los chamanes africanos. La verdadera psicología al menos ha sido humilde (tras una historia plagada de errores, todo hay que decirlo) y actualmente sólo alardea del éxito de las terapias cognitivo-conductuales para un número reducido de “conductas desadaptadas”, que no enfermedades, que para eso ya está la medicina. Cuando uno lee uno de estos libros de autoayuda lo que encuentra es una verborrea pirotécnica, unas metáforas pueriles y unos esbozos filosóficos traídos por los pelos. Nada de argumentación, nada de demostración y… ¿resultados? Sólo decir que los ingresados en hospitales psiquiátricos y los pacientes que acuden a consultas psicológicas aumentan en número cada año que pasa en todas las partes del mundo. Es decir, que esté mundo está cada vez más loco.

Aún así no es todo malo lo que hay dentro de estos libros. Decía antes que contenían esbozos filosóficos y es en este punto donde me quiero centrar. Si algo ha sabido hacer la psicología en estos últimos años ha sido venderse. Justo lo contrario que la filosofía (seguramente porque ni lo necesita, ni lo busca), pero es cierto que ésta última ha caído en un agujero oscuro y abstracto que no conecta con la sociedad actual.

Un sujeto llega a una tienda de estas, con la intención de comprar o no un libro de autoayuda; el caso es que entra y llega hasta dicha sección. Ojea algunos ejemplares: “Aprender a vivir”, “Usted puede sanar su vida”, “Leyes espirituales del éxito”, “¿Cómo ganarse la vida y ser feliz?” y así un sinfín de títulos donde sobre todo habitan tres las palabras: vida, felicidad y éxito. Analicemos dichos términos:

El éxito es resultado feliz de un negocio o actuación* y la felicidad es un estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien*.

El éxito se refiere a algo determinado, a una actuación nos dice la definición. La vida, diría yo, es mucho más que una simple actuación. Empecemos por señalar que, de entrada, nadie sabe la duración de su propia vida, lo que ya de por sí dificulta hipostasiarla al éxito. Es más, ¿cómo medimos el propio éxito? ¿En función de qué variables?

La felicidad es igualmente difícil de medir y generalmente viene marcada por factores externos, internos o ambos. Alguien está feliz por algo o por alguien, es decir, tiene un motivo para estar feliz. ¿Hay una escala de felicidad? ¿Puedo estar 100 % feliz? Imaginémonos, que sí, que soy 100% feliz; entonces, cómo he alcanzado el grado sumo de felicidad, esto me supone más felicidad aún y entonces, ¡mi felicidad sube hasta el 120%! Obsérvese que esto puede suceder hasta el infinito, e igualmente puede ocurrir el caso contrario, es decir, con la infelicidad (lo que por cierto no sólo es más inquietante sino que le sucede a algunas personas – cada vez más en las sociedades occidentales- y los expertos clínicos denominan depresión).

El error viene de reducir la vida a un ente medible, cuantificable y atribuirle un “plan de felicidad” o “una hoja de ruta para el éxito”. La verdadera pregunta, y esto sí que es filosofía, sería, entonces, ¿qué es la vida?

(* ambas definiciones corresponden a la RAE)

jueves, 7 de junio de 2012

Cuentos desde Rusia


Víctor Ivlanovich no era lo que se dice una persona corriente, de esas que tienen familia, algunos amigos y pasean o van al cine los domingos. Víctor no era así. Él más bien era esquivo a cualquier contacto social. Rehuía con vehemencia los escasos amagos de conversación que se le presentaban y mantenía una actitud impertérrita, casi enfermiza, de soledad algo esquizoide. Los pocos individuos que le conocían guardaban ante él un semblante respetuoso, un gesto arcaico y estupefacto. La misma expresión que se tiene ante algo extraño, desconocido e inquietante. Más que respeto, lo que Víctor Ivlanovich infundaba era miedo.  Se podría decir que, más que miedo, era pavor. Él no respondía ante aquellas miradas huidizas y soslayas porque el rostro de Víctor era el de un ser carcomido. Sus ojos se perdían en el infinito, sin posarlos sobre nada o nadie en concreto; simplemente miraban hacia el vacío eterno y allí se quedaban. Su pelo rizado, estaba grasiento y poblado de caspa. Su mentón prominente resaltaba aún más las facciones de su rostro, acentuaba sus pómulos hundidos, como dos enormes cráteres. La cara de Víctor Ivlanovich parecía una calavera. Se podría decir que era una calavera. Era el rostro de la muerte.
A Víctor no le gustaba nada de su alrededor. En el trabajo, sólo unos pocos tenían conciencia de su existencia y, por supuesto, nadie era su amigo; ni siquiera se consideraban compañeros suyos. Su excéntrica manía solitaria le había llevado a perder toda comunicación con su familia y hacía años que no sabía de ellos. Sólo de un tío suyo, que al parecer se “enriqueció sabiendo adaptarse a los nuevos tiempos”, así lo leyó en una entrevista a doble página con foto incluida en el “Rossiyskaya Gazetta” haría ya un par de años.
Tampoco se gustaba él mismo. Su estado físico era deplorable, ruinoso, totalmente descuidado; emanaba un constante hedor putrefacto. Una noche, en un arrebato alcohólico, había quitado todos los espejos de su rancio apartamento, situado en la cuarta planta de un viejo edificio de pisos, porque odiaba verse reflejado en ellos y se había hecho así mismo la férrea promesa de no volver a mirarse en uno nunca más. Promesa por lo demás, fácil de cumplir en una ciudad como Moscú donde todo es gris y la atmosfera está atravesada por un aire plomizo que asfixia todos los sueños. A pesar de que venía eyaculando una media de dos o tres veces al día, no mantenía relaciones  sexuales con mujeres desde hacía, exactamente, cuatro años y diez meses, como quedaba religiosamente reflejado en su cuaderno de notas.
El cuaderno de notas era lo más preciado que Víctor poseía. Era un santuario sagrado para él, un tótem místico, donde registraba todas las noches a las once en punto todo lo que le había sucedido por el día. Generalmente bastaba con un par de párrafos donde se indicaba la hora de entrada a la fábrica, la hora de salida y qué tipo de almuerzo había ingerido. Había, pocas veces, alguna anotación al margen, alguna salida fuera de lo normal, del tipo “hoy casi me veo reflejado en un cristal” o “los compañeros cuchichean cuando paso a su lado” que aumentaban las líneas de su preciso diario.
La noche del 18 de Mayo, a las once en punto, como venía haciendo todos los días desde hacía ya mucho tiempo, Víctor se disponía a escribir lo sucedido durante las horas previas. No había sido un día extraordinario, a decir verdad ninguno lo era en su vida. Cuando apuntaba “plato de jamón con guisantes” empezó a oír voces. Fue a buscar el origen de las mismas, no sin antes armarse con una sucia y maloliente escoba. Tras dar una vuelta por las habitaciones contiguas a la salita diose cuenta de que aquellas voces no provenían de nadie, pero era muy raro, porque las seguía oyendo. Se quedó quieto y cerró con fuerza los ojos, agudizando al máximo la escucha. Las voces seguían allí, eran familiares, le decían algo indescifrable.
Totalmente aturdido y algo exhausto, se dirigió hacia su habitación y una vez allí abrió la pequeña ventana. Un halo helado se apoderó del recinto, el espíritu de Moscú invadió la habitación, convirtiéndola, más si cabe, en un sitio degradante y agónico.   
Asomó la cabeza por el resquicio del ventanal y, preguntó a la gente que paseaba por la noche de Moscú:
-          ¿NO LO OÍS? ¿NO LO OÍS?
Desde abajo, la gente se giraba con el rostro absorto y, tras divisar a Víctor, giraban rápidamente y huían veloces calle arriba.   

Lo primero que hizo Víctor Ivlanovich cuando se despertó el 19 de Mayo fue levantarse y cerrar la ventana. Sin saber cómo ni por qué se la había dejado la noche anterior abierta y ahora un ambiente gélido se apoderaba de la habitación. Hacía un frío brutal allí dentro, sin embargo, Víctor no tiritaba, ni siquiera sentía el frío.
Se dirigió hacia su trabajo, pero algo raro ocurría aquel día. Las calles de Moscú estaban desiertas, no había nadie por allí y el aire, otrora gris y pesado, era hoy de un blanco puro y celestial.
Igualmente extraño era lo que sucedía dentro de la fábrica. Sólo estaba Víctor, no había nadie más allí, y las máquinas ya no chorreaban grasa y chirriaban, estaban limpias y parecían recién compradas. Incluso el propio Víctor ya no olía mal. Aún con todo, nuestro amigo cumplió escrupulosamente su horario y al terminar guardó sus bártulos y volvió hacia su viejo y sucio apartamento, ahora limpio y con la fachada reluciente. Todo parecía del revés aquel 19 de Mayo.
Disfrutó Víctor de toda aquella limpieza, de todo aquel orden, incluso sintió la necesidad de mirarse en algún espejo, quizá también su rostro había cambiado a mejor. A las once en punto se sentó en su sillón de la salita y se dispuso a escribir lo acontecido aquel día. Sin duda iba a tener que innovar para reflejar todo lo que le había sucedido. Pero, al abrir el cuaderno y empezar a anotar la fecha, se sorprendió por las notas, descolocadas, a trazos enormes y gordos, casi garabateando la hoja anterior con fecha 18 de Mayo. Allí se podía leer:
Я хочу сбежать, я летать

martes, 10 de abril de 2012

Antes te gustaba la lluvia

- Antes te gustaba la lluvia…

- ¿Antes?

Marcos no lo había pensado nunca. No al menos, en términos temporales. ¿Cuánto tiempo habría pasado? Para él no mucho, desde luego. Se asustó al percatarse de aquello. ¿En qué lo había gastado? En verlo pasar, posiblemente; su vida era insustancial y aburrida. En realidad, la vida de la mayoría de las personas son así. La gente nace, crece, se reproduce en función de su estatus socioecónomico y su atractivo físico, consume en relación a sus ingresos salariales y muere más o menos rodeado de gente según su nivel de simpatía en vida. Marcos no había tenido excesivas reproducciones, a decir verdad las suyas eran escasas y fugaces; su consumismo era mínimo y se articulaba en torno a los aspectos básicos del hombre moderno: comida, vestimenta y algo de cultura fast-food, seguramente su entierro sería rápido y poco concurrido. Su vida era un auténtico coñazo, en realidad muchas vidas occidentales son así, aunque la gente no repara en ello. Existen fluctuaciones en la variable consumismo, pero el leitmotiv vital no varía. Incluso las amistades pertrechadas en el transcurso existencial pueden verse como la defensa del ser humano a no permanecer en soledad. Vivir solo es aterrador para muchos hombres y mujeres europeos, pero aún lo es más la idea de morir solo. Por eso las religiones siguen cumpliendo perfectamente su función: crean imaginarias sociedades hermanadas que compartirán un mismo destino, y en ese sentimiento común se cruzan, se conocen, se apoyan… Por eso la gente no muere sola aunque haya existido aislada toda su vida. A decir verdad el ser humano no es gran cosa.

- Sí, antes te gustaba la lluvia. No sé, el olor a mojado, el Sol cuando salía después… O eso me decías

- Debía ser porque estaba enamorado

Y el uso de aquella palabra derrumbó el alma a Marcos. Debía seguir existiendo alguna realidad humana experimentable que describiera el empleo de ese término. Realmente se seguía usando en novelas enfocadas para el gran consumo y como hilo conductor de series televisivas para el público adolescente. Incluso el tiempo había pasado por ahí, modificando las perspectivas y ampliando los horizontes humanos. Ahora estaban de moda las series de factura estadounidense con argumentos fantásticos y en la literatura de masas se venía observando una ligera revitalización del género histórico. Ni rastro de Dostoveksy o Dickens, el realismo literario estaba hundido desde hacía décadas en los grandes nodos consumistas mundiales. Marcos no recordaba haber leído la palabra “enamorado” en sus novelas y sí le parecía que hablaran del amor. Cierto que sus autores preferidos fueron todos alcohólicos y acabaron con su vida. Sea como fuere, se seguía empleado esa palabra, aunque no tuviera una definición clara.

- No sé… pero antes te gustaba la lluvia

jueves, 22 de marzo de 2012

El año en que me convertí en un hijo de puta

- Si le digo la verdad no me acuerdo exactamente cuando ocurrió. Lo que sé con certeza es que era verano. Verano y por la tarde, sí. Madrid entera dormía la siesta y hacía calor. Yo estaba excitado, acariciándome el nabo, tumbado en el sofá mugriento, salpicado de fluidos asquerosos y malolientes y con infinidad de boquetes por donde se podían ver los muelles.

Era 1982, el año en que Italia ganó el mundial de fútbol. El mismo año en que la cocaína y la heroína se apoderaban de la noche madrileña. “Los Secretos” sonaban en todos los garitos de la ciudad. Parecía como si la gente empezara a dejar de creer en cosas. Podría haberse incendiado el mundo entero, pero entonces yo no estaría aquí contando toda esta mierda y entonces 1982 hubiera sido el último año de la historia. Y después de 1982 la vida continuó, al menos para la mayoría de la gente.

Estoy casi seguro de que era 1982. En cualquier caso era verano, hacía calor y Madrid era la capital del fútbol mundial. La eterna ciudad estaba infectada de ruidosos galanes italianos y de borrachos y rudos alemanes. Se vivía bien en España por aquel entonces. Se vivía bien en Madrid.

Sí, era 1982. El año en que me convertí en un hijo de puta.

No estaba atravesando una buena época. Isabel me había dejado por un marroquí y no conseguía encontrar trabajo. Tenía 33 años y pocas ganas de volver a casa con mi madre: viuda, gorda, ciega y sorda. Era tan inútil que recibía una pensión por ello. Viajar fuera era una opción, pero para ello necesitaba algo de pasta. La cuestión era cómo hacer dinero, al menos legalmente, sin meterme en líos. Roberto seguía pululando por el piso y de vez en cuando traía buenas noticias: mujeres, cocaína y algo de dinero. No eran malos tiempos. Pero sin trabajar el dinero se acababa rápido. Cualquier día el cielo se abriría y se llevaría nuestras cabezas. ¿A quién le importaba todo aquello? Teníamos drogas y coños frescos, el resto no me interesaba demasiado.

Recuerdo algo así, como una fotografía, un instante.

Roberto aulló algo desde el salón, con su voz ronca y perturbada, como si Dios hubiera hecho un guiño al diablo en el momento de crearle. Luego apareció por la cocina, portaba sólo unos calzoncillos desgarrados y descoloridos, y en su boca un cigarrillo Bisonte. Tenía un cuerpo delgado pero fibroso, con un torso atractivo y unas piernas cuidadas, casi sin pelo y con un aspecto fuerte, trabajadas. Desconocía si iba al gimnasio, pero debía realizar ejercicios físicos diariamente.

En ese momento Roberto empezó a tararear un estribillo nauseabundo. Posó el cigarrillo consumido sobre uno de los ceniceros de la cocina y me agarró con violencia por el cuello con las dos manos. Con los ojos rojos, las pupilas dilatadas y el labio inferior ajado, me gritaba al oído:

- ¡¡ DEEEEEEJAME, NO JUEGUES MÁS CONMIGOOOOO!!

Me libré de él moviéndome rápidamente hacia abajo y le empujé con fuerza, tirándolo al suelo. Una vez allí le pisé el vientre plano y firme y le escupí en la cara. Me bajé los pantalones y empecé a masturbarme a una distancia de unos ocho centímetros de su cara.

Roberto abrió la boca y me mordió el glande.

Roberto se reía mientras me miraba fijamente y de su labio inferior no paraba de brotar sangre y él reía y reía y reía frenéticamente mientras seguía tarareando aquella estúpida canción.

No recuerdo mucho más de aquella tarde. Es posible que fuéramos por Chamartín. Beberíamos mucho y nos cansaríamos de esnifar coca cortada. No me acuerdo muy bien, seguramente hicimos eso, sí. Pero hacía calor, mucho calor y era 1982, eso seguro. Paolo Rossi marcó 6 goles en aquel mundial. Yo necesitaba dinero, malvivía de aquí para allá con trabajos sucios y muchos gastos. Ojalá el suelo se resquebrajara y nos tragara a todos, ojalá. De todos modos, qué más daba, yo tenía tetas que comerme cada noche y droga para consumir. Sí, eso era lo importante ¿no?

Luego ya era por la mañana, creo. Roberto entró en mi habitación y yo estaba allí jodiendo sobre la cama con una marroquí bastante fea. Creo que era marroquí, no lo sé. El caso que el mundo hacía justicia. Isabel se había largado con un moro cualquiera y yo estaba allí metiendo mi polla por aquel culo sucio y desgarbado. Era venganza, justicia poética.

Roberto saco su miembro y lo empujó dentro de la boca de la niña aquella. A mi aquello no me gustó. Lo habíamos hecho muchas veces, incluso me había jodido a Roberto y él a mi, pero aquello era mi venganza, no podía entrometerse. Siempre igual, jodido Roberto. Fue su culpa, no la mía, fue su culpa joder, su culpa.

- -- Está bien, tome un pañuelo. Séquese las lágrimas. ¿Desea continuar?… Lo dejaremos para la próxima sesión. Ha sido usted muy valiente.

- Fue su culpa joder, fue su culpaaaaa. Hacía calor y era 1982. España estaba hundida, como ahora, como siempre y hacía calor, mucho calor. Yo sólo quería dinero y a Isabel, sí quería mucho a Isabel, joder fue su culpa… ¡¡LA DE ISABEEEL, HOSTIA!! ¡¡Y LA DE ROBERTO MIERDAAAA!! …

Fue su culpa, fue su culpa…

viernes, 2 de marzo de 2012

Algunos hombes sabios

ENSAYO POSTMODERNO SOBRE CÓMO SALVAR A ESPAÑA

Suárez nunca ha perdido la memoria, como dicen, como anunció su hijo en una fecha poco azarosa. Suárez nunca ha perdido la memoria porque nunca la tuvo. Y nunca la tuvo porque no la interpretó, no la modificó, no la moldeó. No intentó descifrarla, no intentó cubrirla o rociarla de ideología propia, no filosofó sobre ella o la observó desde una óptica hermenéutica. Suárez nunca ha perdido la memoria porque no tenía memoria, tenía – y tiene – historia. Suárez tuvo, tiene y tendrá historia, no memoria.

Porque la historia se conoce, se lee, se aprende, en ocasiones, incluso, se vive – Suárez no la vivió, Suárez la construyó, Suárez ES historia – la historia, en definitiva, se percibe y se aprehende. Eso hizo Suárez. Eso es y eso fue Suárez. Fue historia y fue un político. Un político puro, un político sin memoria, un político con historia, que construyó la historia e hizo política. Puntualizo: verdadera política. Porque existen muchos políticos pero no todos hacen política.

Hacer política es mirar al futuro, abrir nuevos horizontes, crear nuevas posibilidades, perseguirlas, alcanzarlas, o al menos, intentar alcanzarlas; pero no es anclarse en el pasado, revisarlo hasta la extenuación, revisionarlo hasta sus últimas consecuencias, atraparlo y transformarlo, darle un molde adecuado a los propios intereses, maquillarlo… La política es futuro, nunca pasado. El pasado es interesante conocerlo, pero no imprescindible. Yo diría que es interesante conocerlo si eres inteligente, si lo vas a saber interpretar, comprender y asimilar, pero sin ningún ánimo de revivirlo, de apoyarte en él como baluarte ideológico, como excusa política. Eso no es política, eso es usar la historia y convertirla en memoria. El pasado está ahí y sólo los inteligentes lo aprehenden.

Porque la memoria y la historia se parecen, se imbrican, se diluyen mutuamente, se contraponen y contaminan, viven unidas de la mano. Puntualizo: la historia es el dedo de la mano y la memoria es el anillo que lo cubre. Un anillo que lo dota de significado, de valor, de ornamento, lo ilumina y lo dignifica; en definitiva, lo blinda de sentido. Pero es que la historia no tiene sentido, la historia ocurre y ya está. Y la memoria es un intento, muy humano, mejor dicho, esencialmente humano, únicamente humano, fundamentalmente humano, que en ocasiones, descifra y malbordonea la historia. La memoria juega con la historia pero no son lo mismo.

Hay algunos que siguen confundiendo memoria e historia y es un error juzgar la memoria a través de la historia, o la historia a través de la memoria, o confundirlas, o equipararlas… Pero es un doble error juzgar al que ha juzgado la historia con la memoria. Eso es muy humano, y es sobre todo, muy español. Equivocarse sobre otra equivocación. La propia historia de España es una sucesión de equívocos y errores. España es un país donde todo el mundo interpreta la historia con la memoria, donde todos creen tener razón en el presente y sin embargo siempre se están buscando soluciones para el futuro. España es una nación con un pasado tumultuoso que se extiende hasta hoy, España es un país sin presente. Puntualizo: España es una nación con un presente anclado en el pasado, con una memoria actual que relee una y otra vez el pasado, con una política de pasado, no de futuro y eso sigue condicionando el debate actual y eso provoca la necesidad de mirar al futuro en busca de soluciones. Y cuando se buscan soluciones es que existen problemas. Para la derecha el antecedente de la actual democracia remite a la época de la Restauración y para la izquierda a la Segunda República. No hay una memoria histórica compartida, hay relecturas distintas de los mismos hechos. Hay historia y hay memoria, pero en España se superponen, se conjugan, se concentran en un debate eterno, infructuoso y desquiciante.

El pasado es interesante conocerlo, sobre todo y seguramente sólo por un motivo: para conocer con mayor exactitud quiénes somos, de dónde venimos y tal vez también, para aumentar nuestra umbral de respeto. Porque en cierto modo todos somos hijos de un pasado, de una historia, que despliega sus tentáculos hasta el infinito, que traspasa las fronteras temporales y que embadurna a todo el mundo, se quiera o no. Por eso es importante conocer el pasado, no interpretarlo a gusto de cada uno, porque la interpretación es siempre por definición: subjetiva, interesada y partidista. Uno no puede desligar la interpretación de uno mismo, como es casi imposible mirar la historia sin memoria. Sólo los inteligentes, los muy inteligentes son capaces de desligarse de la memoria para observar la historia y de transportarse a la historia llevando a cabo ejercicios amnésicos.

Suárez pudo haber sido cualquier cosa, fue cualquier cosa, se le tachó de casi todo, pero lo que no se ha dicho las veces suficientes sobre él, lo que se ha dejado pasar por alto demasiadas ocasiones, lo que no se señaló con precisión y determinación, tal vez por envidia, tal vez por olvido, tal vez porque es casi imposible desligar la historia de la memoria y la memoria de la historia, es que era inteligente. Suárez era inteligente. Puntualizo: Suárez era inteligentísimo. Fue el hombre de España durante más de una década, fue el hombre que todas las mujeres soñaban y que todos los hombres anhelaban. Un ser hecho a sí mismo: pasó hambre y penurias en sus primeros años, sufrió, mendigó y malvivió en infinidad de trabajos precarios, pero supo granjearse las amistades oportunas, supo estar en el sitio y momento adecuados, siempre tuvo una sonrisa halagadora y un abrazo pertinente, una palabra medida y un gesto cordial, una mirada amistosa y un detalle inesperado. Podría parecer interesado, fantoche, vanidoso, orgulloso o arribista; puede ser, pero la España de aquellos años, era orgullosa, vanidosa y fantoche, era una España inculta y medio analfabeta, una España que todavía luchaba (realmente no luchaba, porque en España pocas veces la gente ha luchado por algo) por quitarse las telarañas del franquismo. Era una España que podía ser cualquier cosa, menos inteligente. El futuro de España en aquel momento era oscuro y turbio, ponzoñoso, asqueroso hasta la extenuación, pero Suárez era inteligente y eso nos salvó. Suárez salvó a España. No fue el Rey, fue Suárez. Fue un político puro el que nos salvó, fue un hombre que miraba la historia sin tintes memorísticos, fue un ser tremendamente inteligente el héroe de la nación.

Porque el Rey jugó un dople papel o un triple papel o jugó a infinidad de papeles, porque el Rey era joven e inexperto y no sabía que tenía o que debía hacer. Pero tuvo una intuición mágica, poética, sublime, yo diría que tuvo una revelación. No colocó a Fraga o a Gregorio López Bravo o a Federico Silva al frente del gobierno. Nadie acertó en las quinielas porque el Rey colocó a Suárez. El Rey podía ser muchas cosas, podrá ser muchas, demasiadas, infinitas cosas (buenas o malas) pero no confundamos memoria con historia. El Rey jugó su carta: Suárez. Y esa carta fue ganadora. El Rey acertó y nunca hubiera acertado si no fuera inteligente. Supo rodearse de buenos consejeros, de gente lúcida y astuta que le aconsejó bien, pero fue él el que tomó la decisión de Suárez. Fue el Rey. Y acertó. El Rey dispuso y Suárez puso. El Rey hizo su trabajo, breve y corto sí, pero pudo haber fallado y su fallo hubiera acarreado desastrosas consecuencias, y no falló, acertó porque era inteligente. Y Suárez se convirtió en héroe.

Ese falangistilla de provincias, ese fantoche desgarbado, ese garasbís de provincias, ese hombre trepa, arrogante y vanidoso, que se había trabajado y ganado la amistad del Rey; puntualizo: cuando apostar por el Rey era apostar por nada. Ese fue el que nos salvó.

Suárez supo adelantarse a su tiempo, supo intuir con precisión que sería el Rey quién jugaría un papel decisivo en la historia de España y él quería estar allí. Miró hacia el futuro cuando toda España seguía ciega en el pasado. No interpretó la historia con la memoria, no confundió las luces reminiscentes del franquismo con la biografía de un hombre llamado Juan Carlos. Creyó en las personas, creyó en el Rey cuando no era Rey, era Príncipe, cuando nadie apostaba por él, por la monarquía como forma de gobierno en un futuro, supo mirar hacia adelante y esa mirada fue correspondida por el Príncipe cuando éste se convirtió en Rey, cuando Juan Carlos todavía no era Don y cuando Don Juan Carlos tampoco confundió la historia con la memoria, no interpretó la biografía de Suárez, la comprendió, la leyó, la intuyó, la compartió porque era su amigo, pero no la interpretó, no la confundió con la memoria, aquella que señalaba que Suárez era un falangistilla de provincias, ese fantoche desgarbado, ese garasbís de provincias, ese hombre trepa, arrogante y vanidoso, que se había trabajado y ganado la amistad del Rey. España empezó a salvarse cuando dos políticos puros e inteligentísimos miraron juntos hacia el futuro.

Suárez no ha enloquecido porque haya perdido la memoria, pues nunca la tuvo, tuvo historia (es y será historia) Suárez ha enloquecido porque sigue siendo político (él, un político puro, nunca lo dejará de ser) y sigue haciendo política, política de verdad. Oteando el horizonte, mirando hacia el futuro, sin volver la vista atrás, sólo en lo necesario y esencial y sin confundir memoria con historia. Lo que Suárez ve cuando mira al futuro no le gusta, ve las cosas oscuras y turbias, y vislumbra un caos de historia y memoria; como si el pasado volviera una y otra vez sobre nuestras cabezas. Suárez no ha enloquecido porque haya perdido la memoria, Suárez ha enloquecido porque sigue mirando al futuro y ese futuro es oscuro y turbio, ponzoñoso, asqueroso hasta la extenuación, y ya no existen hombres inteligentes capaces de salvar una nación.

Bibliografía:

- VVAA, "Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política"

- Javier Cercas, "Anatomía de un instante"

- José García Abad, "Suárez, una tragedia griega"

- Abel Hernández, "Suárez y el Rey"

- Javier Tusell, "Manual de Historia de España s.XX"

jueves, 2 de febrero de 2012

Un cuento de amor

El 26 de Octubre de 1955 amaneció gélido, como venía siendo habitual desde que había entrado el otoño. Las temperaturas estaban siendo asombrosamente bajas durante la mitad de ese mes y, cinco días antes, en la madrugada del 21 de Octubre, había caído una viva nevada. Luisa no recordaba en sus cincuenta y nueve años de existencia haber visto caer copos blancos y gordos del cielo tan pronto. Las precipitaciones sólidas y pálida solían ser habituales en Soria, intensas y fuertes, pero bien entrado el invierno, nunca en el mes de Octubre.
Una fina pero compacta capa de escarcha cubría gran parte del pavimento de la ciudad. El sol no brillaba aún, y las nubes habían acampado allá arriba y no parecía que tuvieran intención de marcharse pronto. La niebla había acudido con firmeza, tal vez para ayudar a Luisa. La visión de aquel paisaje, uniformado y angelical, virgen, de una pureza casi mística, encandilaba a Luisa que avanzaba pasito a pasito, muy despacio, con sumo cuidado, midiendo cautelosamente sus pasos y sin quitar la mirada del deslizante suelo, para no resbalar en un despiste o en un mala pisada.
Enfundada en cuatro capas distintas (camiseta interior, blusa, jersey de lana y abrigo), ataviada con una bufanda gorda y regiamente oscura, con todos sus músculos entumecidos, se dirigía dubitativamente hacia la estación central. No era la primera vez que lo hacía, pero sí desde luego a estas horas tan tempranas del día. Aquello le proporcionaba una enorme ventaja: era difícil que pudiera ser vista por alguien, pero también le otorgaba mayor inquietud al asunto; en caso de ser descubierta, irremediablemente iba a levantar sospechas. ¿Qué hacía Luisa a esas horas, en un día tan frío, sola por la calle? Hizo un amago de dar la vuelta, al fin y al cabo aquello era una locura, pero armándose de valor, santiguándose tres veces y apresurando el paso, siguió su camino emprendido e intentó alejar de su mente aquellas perniciosas cavilaciones.

Llegó a la estación antes de lo que esperaba. Debía de haber calculado mal el tiempo y eso la puso aún más nerviosa. ¿Qué iba hacer ahora? Esperar, no quedaba otra. Luisa se mordía las uñas y miraba recelosamente en todas direcciones. Se acordó de aquella mañana, hacía cinco días, en la que, dolorida y con resaca, abrió su ventana para ver el blanco manto que cubría su pequeño jardín. Recordó la tarde lluviosa en la que tropezó con Juan, el carnicero, y alguien por fin le regaló una sonrisa. Vislumbró en sus pensamientos a su madre - aún podía oler su perfume - y cómo se había desvivido durante años para mantener a las dos a flote, rezó otra oración por su padre, y maldijo su suerte y su desdichado destino; se santiguó nuevamente tres veces. Habían sido muchas tardes de psiquiatra, muchas – demasiadas - noches de gritos ahogados y llantos silenciosos.

El primer tren de la mañana hizo su aparición en la estación central de Soria. Era todavía muy temprano (6.35 am) y ese primer ferrocarril, compuesto por el convoy principal donde estaba el conductor y cuatro vagones anexos más, no admitía pasajeros. Paraba allí, proveniente de la terminal matriz, simplemente para recoger a los trabajadores que debían adecentar aquellos vagones y dejarlo todo preparado y listo para iniciar la ruta diaria a las siete en punto de la mañana. Tras un intenso ruido, “deberían revisar los frenos” pensó Luisa, aquella vieja locomotora, grasienta y llena de mierda, estacionó en el andén. Del primer vagón de la oruga, se apeó el marido de Luisa.
Allí estaba Santiago, se le podía dilucidar entre la ya fina niebla que aún pululaba por la atmósfera soriana aquella mañana del 25 de Octubre de 1955. Vestía su mono de trabajo, azul oscuro moteado del negro alquitrán que rezumaba por todas las estaciones. Exhalaba el olor que le había acompañado durante más de treinta y dos años: whisky, cigarrillos y vaginas baratas. Luisa volvió a pensar en Juan, en aquella cena del 15 de Septiembre a la luz de las velas, cuando empezó todo. Con ojos acuosos evocó aquella escena como si la estuviera viviendo otra vez. Aquella noche le contó cosas que no había confesado ni a su psiquiatra. Se sintió mujer otra vez. La felicidad debería ser algo parecido a aquello.
Anduvo entre la niebla hasta que estuvo a escasos dos metros de Santiago. Entre las capas que cubrían a Luisa, casi momificada, y lo borracho que estaba su marido, éste ni la reconoció. Sacó un cuchillo de deshuesar y le asestó dos certeras puñaladas, una a la altura del corazón y otra algo más abajo, sobre la boca del estómago.
Arrojó la enorme arma homicida ensangrentada a las vías del tren. Todavía quedaban unos veinte minutos para que aquello se llenara de gente. Luisa salió de la estación, anduvo tranquila, pisando con precisión y determinación sobre el helado territorio, se santiguó tres veces y entró en el primer bar con el que se topó, dispuesta a disfrutar de un café con leche caliente.
En ese momento el sol empezó a brillar, el muy sinvergüenza.

sábado, 14 de enero de 2012

¿Yo o Spaski?

Spaski camina pesadamente con pensamientos espurios rondándole por la cabeza. Se cubre el rostro con una bufanda de lana Forzieri, un gorro Boulder Stetson y unas gafas de sol graduadas Ray–Ban Wayfarer. Son las ocho de la mañana y hoy al sol le cuesta brotar más que de costumbre entre las nubes. Se puede morder el frío. Lógico, estamos en invierno y es Enero ¿qué cojones esperas Spaski?
Saca el dinero preciso - 1,20 € - de su cartera de piel Mont-Blanc para comprar el billete de tren que le lleve a otro lugar. Cuelga de su hombro derecho un bolso masculino de Bottega Veneta prácticamente vacío de no ser por un libro (“Demián”, Hermann Hesse) y un bloc de notas (sin marca, 2 euros) pero lo usará para ocupar su asiento contiguo. Spaski sólo quiere que le dejen tranquilo. Mientras, se le acerca un indigente reclamando una dádiva.


[…cómo me gustaría ser Patrick Bateman en estos momentos. Es curioso como ciertos personajes se comen a sus autores, sobre todo después de Pirandello. Don Quijote, Hamlet, Frankestein, Emma Bovary… El cine también ha ayudado lo suyo – que se lo digan a Sherlock Holmes – Para mí es mejor “Suites Imperiales” que “American Psycho” pero el personaje manda. Deberíamos hacer más caso al arte. Yo últimamente pienso muchísimo en el arte. En el arte y en la muerte, no sé por qué. Pero creo que el arte puede darnos mejores respuestas que otras gnoseologías. Para los mendigos, Wodizcko ya ingenió una solución, el “Homeless Vehicle”. Un aparato creado para cubrir las necesidades básicas del vagabundo estándar: dormir, lavarse, almacenar desperdicios y desplazarse. Incluso salieron un par de ejemplares por las calles de Nueva York. Pero aquello no funcionó: el vehículo dotaba a los sin techo de una visibilidad hasta entonces inexistente. Propiciaba la comunicación entre las distintas clases sociales. Ese Wodiczko es un genio…]



Spaski ignora al pordiosero, cruza el torno giratorio de la estación y se sienta a esperar en un coqueto banco del andén mientras posa su afligida mirada sobre las vías. Mientras, en su psique, continúan las especulaciones.

[…“somos el tiempo que nos queda”, vaya estupidez de frase que se ha marcado Jorge Bucay hace un rato en Radio Nacional. Y una mierda somos el tiempo que nos queda. Somos sujetos históricos, con un pasado, un presente y un proyecto de futuro. Y, de momento, es imposible saber el tiempo que nos queda, con lo cual sería imposible conocernos. Además esa frase es de José Manuel Caballero Bonald, que por cierto, ha informado recientemente de que va a dejar de escribir poemas. Pues bien por él. No tendrá ya necesidad. El verdadero escritor lo hace por necesidad, no hay otra razón. Ahí radica la fuerza de los grandes escritores. Si no estás muerto. Hostias, la muerte otra vez. Últimamente pienso demasiado en la muerte y eso que los vivos somos incapaces de pensar realmente en la muerte. Por eso me encanta la obra de Damian Hirst…]



Llega el tren y Spaski sube. Le quedan por delante diez paradas, alrededor de veinte minutos, para llegar a su destino. Abre el libro que lleva consigo pero no consigue concentrar su atención en los párrafos. Su cabeza sigue hirviendo.


[…arte. Autores. Muerte. Roland Barthes anunció la muerte del autor en el arte, pero pocos le hicieron caso. Se cargó a Sarrasine - ¿o era Balzac el que hablaba? - de un plumazo. La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. En la escritura van a parar nuestros sujetos, es el lenguaje y no el escritor el que habla en un texto. Por eso los escritores crean personajes literarios y, paradójicamente, son estos últimos los que acaban devorando a sus padres. Ambos, autor y personaje, se entremezclan, se funden, se imbrica en un solo ser…]

… Y uno ya no sabe [quién es quién…] ¿Autor o [personaje?…]


Quién escribe esto, [¿Spaski] o yo?