jueves, 22 de marzo de 2012

El año en que me convertí en un hijo de puta

- Si le digo la verdad no me acuerdo exactamente cuando ocurrió. Lo que sé con certeza es que era verano. Verano y por la tarde, sí. Madrid entera dormía la siesta y hacía calor. Yo estaba excitado, acariciándome el nabo, tumbado en el sofá mugriento, salpicado de fluidos asquerosos y malolientes y con infinidad de boquetes por donde se podían ver los muelles.

Era 1982, el año en que Italia ganó el mundial de fútbol. El mismo año en que la cocaína y la heroína se apoderaban de la noche madrileña. “Los Secretos” sonaban en todos los garitos de la ciudad. Parecía como si la gente empezara a dejar de creer en cosas. Podría haberse incendiado el mundo entero, pero entonces yo no estaría aquí contando toda esta mierda y entonces 1982 hubiera sido el último año de la historia. Y después de 1982 la vida continuó, al menos para la mayoría de la gente.

Estoy casi seguro de que era 1982. En cualquier caso era verano, hacía calor y Madrid era la capital del fútbol mundial. La eterna ciudad estaba infectada de ruidosos galanes italianos y de borrachos y rudos alemanes. Se vivía bien en España por aquel entonces. Se vivía bien en Madrid.

Sí, era 1982. El año en que me convertí en un hijo de puta.

No estaba atravesando una buena época. Isabel me había dejado por un marroquí y no conseguía encontrar trabajo. Tenía 33 años y pocas ganas de volver a casa con mi madre: viuda, gorda, ciega y sorda. Era tan inútil que recibía una pensión por ello. Viajar fuera era una opción, pero para ello necesitaba algo de pasta. La cuestión era cómo hacer dinero, al menos legalmente, sin meterme en líos. Roberto seguía pululando por el piso y de vez en cuando traía buenas noticias: mujeres, cocaína y algo de dinero. No eran malos tiempos. Pero sin trabajar el dinero se acababa rápido. Cualquier día el cielo se abriría y se llevaría nuestras cabezas. ¿A quién le importaba todo aquello? Teníamos drogas y coños frescos, el resto no me interesaba demasiado.

Recuerdo algo así, como una fotografía, un instante.

Roberto aulló algo desde el salón, con su voz ronca y perturbada, como si Dios hubiera hecho un guiño al diablo en el momento de crearle. Luego apareció por la cocina, portaba sólo unos calzoncillos desgarrados y descoloridos, y en su boca un cigarrillo Bisonte. Tenía un cuerpo delgado pero fibroso, con un torso atractivo y unas piernas cuidadas, casi sin pelo y con un aspecto fuerte, trabajadas. Desconocía si iba al gimnasio, pero debía realizar ejercicios físicos diariamente.

En ese momento Roberto empezó a tararear un estribillo nauseabundo. Posó el cigarrillo consumido sobre uno de los ceniceros de la cocina y me agarró con violencia por el cuello con las dos manos. Con los ojos rojos, las pupilas dilatadas y el labio inferior ajado, me gritaba al oído:

- ¡¡ DEEEEEEJAME, NO JUEGUES MÁS CONMIGOOOOO!!

Me libré de él moviéndome rápidamente hacia abajo y le empujé con fuerza, tirándolo al suelo. Una vez allí le pisé el vientre plano y firme y le escupí en la cara. Me bajé los pantalones y empecé a masturbarme a una distancia de unos ocho centímetros de su cara.

Roberto abrió la boca y me mordió el glande.

Roberto se reía mientras me miraba fijamente y de su labio inferior no paraba de brotar sangre y él reía y reía y reía frenéticamente mientras seguía tarareando aquella estúpida canción.

No recuerdo mucho más de aquella tarde. Es posible que fuéramos por Chamartín. Beberíamos mucho y nos cansaríamos de esnifar coca cortada. No me acuerdo muy bien, seguramente hicimos eso, sí. Pero hacía calor, mucho calor y era 1982, eso seguro. Paolo Rossi marcó 6 goles en aquel mundial. Yo necesitaba dinero, malvivía de aquí para allá con trabajos sucios y muchos gastos. Ojalá el suelo se resquebrajara y nos tragara a todos, ojalá. De todos modos, qué más daba, yo tenía tetas que comerme cada noche y droga para consumir. Sí, eso era lo importante ¿no?

Luego ya era por la mañana, creo. Roberto entró en mi habitación y yo estaba allí jodiendo sobre la cama con una marroquí bastante fea. Creo que era marroquí, no lo sé. El caso que el mundo hacía justicia. Isabel se había largado con un moro cualquiera y yo estaba allí metiendo mi polla por aquel culo sucio y desgarbado. Era venganza, justicia poética.

Roberto saco su miembro y lo empujó dentro de la boca de la niña aquella. A mi aquello no me gustó. Lo habíamos hecho muchas veces, incluso me había jodido a Roberto y él a mi, pero aquello era mi venganza, no podía entrometerse. Siempre igual, jodido Roberto. Fue su culpa, no la mía, fue su culpa joder, su culpa.

- -- Está bien, tome un pañuelo. Séquese las lágrimas. ¿Desea continuar?… Lo dejaremos para la próxima sesión. Ha sido usted muy valiente.

- Fue su culpa joder, fue su culpaaaaa. Hacía calor y era 1982. España estaba hundida, como ahora, como siempre y hacía calor, mucho calor. Yo sólo quería dinero y a Isabel, sí quería mucho a Isabel, joder fue su culpa… ¡¡LA DE ISABEEEL, HOSTIA!! ¡¡Y LA DE ROBERTO MIERDAAAA!! …

Fue su culpa, fue su culpa…

viernes, 2 de marzo de 2012

Algunos hombes sabios

ENSAYO POSTMODERNO SOBRE CÓMO SALVAR A ESPAÑA

Suárez nunca ha perdido la memoria, como dicen, como anunció su hijo en una fecha poco azarosa. Suárez nunca ha perdido la memoria porque nunca la tuvo. Y nunca la tuvo porque no la interpretó, no la modificó, no la moldeó. No intentó descifrarla, no intentó cubrirla o rociarla de ideología propia, no filosofó sobre ella o la observó desde una óptica hermenéutica. Suárez nunca ha perdido la memoria porque no tenía memoria, tenía – y tiene – historia. Suárez tuvo, tiene y tendrá historia, no memoria.

Porque la historia se conoce, se lee, se aprende, en ocasiones, incluso, se vive – Suárez no la vivió, Suárez la construyó, Suárez ES historia – la historia, en definitiva, se percibe y se aprehende. Eso hizo Suárez. Eso es y eso fue Suárez. Fue historia y fue un político. Un político puro, un político sin memoria, un político con historia, que construyó la historia e hizo política. Puntualizo: verdadera política. Porque existen muchos políticos pero no todos hacen política.

Hacer política es mirar al futuro, abrir nuevos horizontes, crear nuevas posibilidades, perseguirlas, alcanzarlas, o al menos, intentar alcanzarlas; pero no es anclarse en el pasado, revisarlo hasta la extenuación, revisionarlo hasta sus últimas consecuencias, atraparlo y transformarlo, darle un molde adecuado a los propios intereses, maquillarlo… La política es futuro, nunca pasado. El pasado es interesante conocerlo, pero no imprescindible. Yo diría que es interesante conocerlo si eres inteligente, si lo vas a saber interpretar, comprender y asimilar, pero sin ningún ánimo de revivirlo, de apoyarte en él como baluarte ideológico, como excusa política. Eso no es política, eso es usar la historia y convertirla en memoria. El pasado está ahí y sólo los inteligentes lo aprehenden.

Porque la memoria y la historia se parecen, se imbrican, se diluyen mutuamente, se contraponen y contaminan, viven unidas de la mano. Puntualizo: la historia es el dedo de la mano y la memoria es el anillo que lo cubre. Un anillo que lo dota de significado, de valor, de ornamento, lo ilumina y lo dignifica; en definitiva, lo blinda de sentido. Pero es que la historia no tiene sentido, la historia ocurre y ya está. Y la memoria es un intento, muy humano, mejor dicho, esencialmente humano, únicamente humano, fundamentalmente humano, que en ocasiones, descifra y malbordonea la historia. La memoria juega con la historia pero no son lo mismo.

Hay algunos que siguen confundiendo memoria e historia y es un error juzgar la memoria a través de la historia, o la historia a través de la memoria, o confundirlas, o equipararlas… Pero es un doble error juzgar al que ha juzgado la historia con la memoria. Eso es muy humano, y es sobre todo, muy español. Equivocarse sobre otra equivocación. La propia historia de España es una sucesión de equívocos y errores. España es un país donde todo el mundo interpreta la historia con la memoria, donde todos creen tener razón en el presente y sin embargo siempre se están buscando soluciones para el futuro. España es una nación con un pasado tumultuoso que se extiende hasta hoy, España es un país sin presente. Puntualizo: España es una nación con un presente anclado en el pasado, con una memoria actual que relee una y otra vez el pasado, con una política de pasado, no de futuro y eso sigue condicionando el debate actual y eso provoca la necesidad de mirar al futuro en busca de soluciones. Y cuando se buscan soluciones es que existen problemas. Para la derecha el antecedente de la actual democracia remite a la época de la Restauración y para la izquierda a la Segunda República. No hay una memoria histórica compartida, hay relecturas distintas de los mismos hechos. Hay historia y hay memoria, pero en España se superponen, se conjugan, se concentran en un debate eterno, infructuoso y desquiciante.

El pasado es interesante conocerlo, sobre todo y seguramente sólo por un motivo: para conocer con mayor exactitud quiénes somos, de dónde venimos y tal vez también, para aumentar nuestra umbral de respeto. Porque en cierto modo todos somos hijos de un pasado, de una historia, que despliega sus tentáculos hasta el infinito, que traspasa las fronteras temporales y que embadurna a todo el mundo, se quiera o no. Por eso es importante conocer el pasado, no interpretarlo a gusto de cada uno, porque la interpretación es siempre por definición: subjetiva, interesada y partidista. Uno no puede desligar la interpretación de uno mismo, como es casi imposible mirar la historia sin memoria. Sólo los inteligentes, los muy inteligentes son capaces de desligarse de la memoria para observar la historia y de transportarse a la historia llevando a cabo ejercicios amnésicos.

Suárez pudo haber sido cualquier cosa, fue cualquier cosa, se le tachó de casi todo, pero lo que no se ha dicho las veces suficientes sobre él, lo que se ha dejado pasar por alto demasiadas ocasiones, lo que no se señaló con precisión y determinación, tal vez por envidia, tal vez por olvido, tal vez porque es casi imposible desligar la historia de la memoria y la memoria de la historia, es que era inteligente. Suárez era inteligente. Puntualizo: Suárez era inteligentísimo. Fue el hombre de España durante más de una década, fue el hombre que todas las mujeres soñaban y que todos los hombres anhelaban. Un ser hecho a sí mismo: pasó hambre y penurias en sus primeros años, sufrió, mendigó y malvivió en infinidad de trabajos precarios, pero supo granjearse las amistades oportunas, supo estar en el sitio y momento adecuados, siempre tuvo una sonrisa halagadora y un abrazo pertinente, una palabra medida y un gesto cordial, una mirada amistosa y un detalle inesperado. Podría parecer interesado, fantoche, vanidoso, orgulloso o arribista; puede ser, pero la España de aquellos años, era orgullosa, vanidosa y fantoche, era una España inculta y medio analfabeta, una España que todavía luchaba (realmente no luchaba, porque en España pocas veces la gente ha luchado por algo) por quitarse las telarañas del franquismo. Era una España que podía ser cualquier cosa, menos inteligente. El futuro de España en aquel momento era oscuro y turbio, ponzoñoso, asqueroso hasta la extenuación, pero Suárez era inteligente y eso nos salvó. Suárez salvó a España. No fue el Rey, fue Suárez. Fue un político puro el que nos salvó, fue un hombre que miraba la historia sin tintes memorísticos, fue un ser tremendamente inteligente el héroe de la nación.

Porque el Rey jugó un dople papel o un triple papel o jugó a infinidad de papeles, porque el Rey era joven e inexperto y no sabía que tenía o que debía hacer. Pero tuvo una intuición mágica, poética, sublime, yo diría que tuvo una revelación. No colocó a Fraga o a Gregorio López Bravo o a Federico Silva al frente del gobierno. Nadie acertó en las quinielas porque el Rey colocó a Suárez. El Rey podía ser muchas cosas, podrá ser muchas, demasiadas, infinitas cosas (buenas o malas) pero no confundamos memoria con historia. El Rey jugó su carta: Suárez. Y esa carta fue ganadora. El Rey acertó y nunca hubiera acertado si no fuera inteligente. Supo rodearse de buenos consejeros, de gente lúcida y astuta que le aconsejó bien, pero fue él el que tomó la decisión de Suárez. Fue el Rey. Y acertó. El Rey dispuso y Suárez puso. El Rey hizo su trabajo, breve y corto sí, pero pudo haber fallado y su fallo hubiera acarreado desastrosas consecuencias, y no falló, acertó porque era inteligente. Y Suárez se convirtió en héroe.

Ese falangistilla de provincias, ese fantoche desgarbado, ese garasbís de provincias, ese hombre trepa, arrogante y vanidoso, que se había trabajado y ganado la amistad del Rey; puntualizo: cuando apostar por el Rey era apostar por nada. Ese fue el que nos salvó.

Suárez supo adelantarse a su tiempo, supo intuir con precisión que sería el Rey quién jugaría un papel decisivo en la historia de España y él quería estar allí. Miró hacia el futuro cuando toda España seguía ciega en el pasado. No interpretó la historia con la memoria, no confundió las luces reminiscentes del franquismo con la biografía de un hombre llamado Juan Carlos. Creyó en las personas, creyó en el Rey cuando no era Rey, era Príncipe, cuando nadie apostaba por él, por la monarquía como forma de gobierno en un futuro, supo mirar hacia adelante y esa mirada fue correspondida por el Príncipe cuando éste se convirtió en Rey, cuando Juan Carlos todavía no era Don y cuando Don Juan Carlos tampoco confundió la historia con la memoria, no interpretó la biografía de Suárez, la comprendió, la leyó, la intuyó, la compartió porque era su amigo, pero no la interpretó, no la confundió con la memoria, aquella que señalaba que Suárez era un falangistilla de provincias, ese fantoche desgarbado, ese garasbís de provincias, ese hombre trepa, arrogante y vanidoso, que se había trabajado y ganado la amistad del Rey. España empezó a salvarse cuando dos políticos puros e inteligentísimos miraron juntos hacia el futuro.

Suárez no ha enloquecido porque haya perdido la memoria, pues nunca la tuvo, tuvo historia (es y será historia) Suárez ha enloquecido porque sigue siendo político (él, un político puro, nunca lo dejará de ser) y sigue haciendo política, política de verdad. Oteando el horizonte, mirando hacia el futuro, sin volver la vista atrás, sólo en lo necesario y esencial y sin confundir memoria con historia. Lo que Suárez ve cuando mira al futuro no le gusta, ve las cosas oscuras y turbias, y vislumbra un caos de historia y memoria; como si el pasado volviera una y otra vez sobre nuestras cabezas. Suárez no ha enloquecido porque haya perdido la memoria, Suárez ha enloquecido porque sigue mirando al futuro y ese futuro es oscuro y turbio, ponzoñoso, asqueroso hasta la extenuación, y ya no existen hombres inteligentes capaces de salvar una nación.

Bibliografía:

- VVAA, "Ciudad y ciudadanía. Senderos contemporáneos de la filosofía política"

- Javier Cercas, "Anatomía de un instante"

- José García Abad, "Suárez, una tragedia griega"

- Abel Hernández, "Suárez y el Rey"

- Javier Tusell, "Manual de Historia de España s.XX"