MANIFIESTO VITAL
- Contra la "psicología barata"
No
hay nada más equivocado, a mi entender, que alguien que busca refugio anímico
en las secciones de “psicología” de las librerías. No lo digo por la necesidad,
muy humana por otra parte, de intentar calmar el “ansia existencial” que
vagabundea entre horarios inhumanos de trabajo y familias desestructuradas y
que, por si esto fuera poco, las corrientes postmodernas se afanan en
recordárnoslo a cada momento.
Lo
digo porque ojeando esta sección uno acaba topándose irremediablemente con algo
denominado “autoayuda” que, dicho sea de paso, actúa como un catalizador de
compra para las mentes débiles.
En
primer lugar me veo obligado a señalar dos cosas, antes de proseguir con mi
manifiesto vital:
1-
Hay una
mentira fehaciente en la etimología usada, con fines comerciales obviamente. “Ayuda”
es la acción del verbo ayudar, que si nos remitimos al diccionario de la RAE
viene definido como: “prestar cooperación” en su primera acepción del término y
como “auxiliar o socorrer” en la segunda. Y ahí radica el primer error: hay un
tremendo desfase gramatical, un horrible oxímoron y una falacia pertrechada
durante años en el término autoayuda. Ayudar siempre implica a otra persona,
otro sujeto al menos, el ayudado y el que ayuda; la cooperación nunca puede ser
individual. Tú no te puedes ayudar a ti mismo. Uno puede reflexionar o meditar
(verbos muy caídos en desuso por cierto), incluso, si se me permite usar el
término de Ortega, “ensimismarse”. Busque sinónimos de ayuda (aportar,
contribuir, participar…) todos incluyen a otra persona, o conjunto de personas,
o están relacionados con algún otro ente; en cualquier caso la acción de ayudar
nunca se puede hacer sólo o sobre uno mismo. De esto saben, y mucho, las
religiones.
2-
Esos libros
que aparecen en esas estanterías NO son psicología. Algunos autores (todos
podríamos dar tres o cuatro nombre con facilidad) usan una retórica efectivista
pero hueca, y un impactante marketing publicitario para alzarse a los primeros
puestos en la lista de ventas. Escribir un libro para cambiar la vida a la
gente es, cuanto menos, pretencioso. Me recuerda a Freud cuando se
autodenominó, refiriéndose a su nuevo método, como la tercera revolución
intelectual, tras Copérnico y Darwin. ¡Ja! Hoy día el psicoanálisis en el campo
de la salud mental está al mismo nivel que el de los chamanes africanos. La
verdadera psicología al menos ha sido humilde (tras una historia plagada de
errores, todo hay que decirlo) y actualmente sólo alardea del éxito de las
terapias cognitivo-conductuales para un número reducido de “conductas
desadaptadas”, que no enfermedades, que para eso ya está la medicina. Cuando
uno lee uno de estos libros de autoayuda lo que encuentra es una verborrea
pirotécnica, unas metáforas pueriles y unos esbozos filosóficos traídos por los
pelos. Nada de argumentación, nada de demostración y… ¿resultados? Sólo decir
que los ingresados en hospitales psiquiátricos y los pacientes que acuden a
consultas psicológicas aumentan en número cada año que pasa en todas las partes
del mundo. Es decir, que esté mundo está cada vez más loco.
Aún
así no es todo malo lo que hay dentro de estos libros. Decía antes que
contenían esbozos filosóficos y es en este punto donde me quiero centrar. Si
algo ha sabido hacer la psicología en estos últimos años ha sido venderse.
Justo lo contrario que la filosofía (seguramente porque ni lo necesita, ni lo
busca), pero es cierto que ésta última ha caído en un agujero oscuro y
abstracto que no conecta con la sociedad actual.
Un
sujeto llega a una tienda de estas, con la intención de comprar o no un libro
de autoayuda; el caso es que entra y llega hasta dicha sección. Ojea algunos ejemplares: “Aprender a vivir”, “Usted puede sanar su vida”, “Leyes espirituales
del éxito”, “¿Cómo ganarse la vida y ser feliz?” y así un sinfín de títulos
donde sobre todo habitan tres las palabras: vida, felicidad y éxito. Analicemos
dichos términos:
El
éxito es resultado feliz de un negocio o actuación* y la felicidad es un estado
de ánimo que se complace en la posesión de un bien*.
El
éxito se refiere a algo determinado, a una actuación nos dice la definición. La
vida, diría yo, es mucho más que una simple actuación. Empecemos por señalar
que, de entrada, nadie sabe la duración de su propia vida, lo que ya de por sí
dificulta hipostasiarla al éxito. Es más, ¿cómo medimos el propio éxito? ¿En
función de qué variables?
La
felicidad es igualmente difícil de medir y generalmente viene marcada por
factores externos, internos o ambos. Alguien está feliz por algo o por alguien,
es decir, tiene un motivo para estar feliz. ¿Hay una escala de felicidad?
¿Puedo estar 100 % feliz? Imaginémonos, que sí, que soy 100% feliz; entonces,
cómo he alcanzado el grado sumo de felicidad, esto me supone más felicidad aún
y entonces, ¡mi felicidad sube hasta el 120%! Obsérvese que esto puede suceder
hasta el infinito, e igualmente puede ocurrir el caso contrario, es decir, con
la infelicidad (lo que por cierto no sólo es más inquietante sino que le sucede
a algunas personas – cada vez más en las sociedades occidentales- y los
expertos clínicos denominan depresión).
El
error viene de reducir la vida a un ente medible, cuantificable y atribuirle un
“plan de felicidad” o “una hoja de ruta para el éxito”. La verdadera pregunta,
y esto sí que es filosofía, sería, entonces, ¿qué es la vida?
(* ambas definiciones corresponden a la RAE)