martes, 1 de marzo de 2011

Vida de perros

Spasski apagó el televisor. Hubiera quedado bastante cool y underground (vaya dos jodidos términos) decir que lo apagó porque aquello era denigrante y rezumaba mierda por los cuatro costados. Pero había dos cosas que a Spasski le habían mantenido pegado a su viejo Thompson de 19 pulgadas:

1 – La presentadora estaba buenísima. Distaba bastante de otras pseudoperiodistas que aparecían en otros canales. Esta no poseía esa belleza artificial made in televisión. Parecía auténtica. Y sus ojos eran lascivos y excitantes. Demasiado excitantes para Spasky que ya había recurrido a la masturbación en un par de ocasiones.

2 – Por lo visto la mujer a la que estaban entrevistando estaba muy apenada porque se le había muerto su perro de no se qué enfermedad ocasionada –según ella – por unas antenas parabólicas. Exactamente la historia no era así, pero es que Spaski empezó a seguirla con más atención cuando el programa parecía haber empezado y tuvo que hacer dos pequeñas desconexiones mentales para las labores anteriormente citadas.

Dio una vuelta por su casa en busca de alguna cerveza y acto seguido volvió a encender la televisión y siguió visionando aquel espectáculo.

La mujer (a partir de ahora nos referiremos a ella como “la viuda canina”) no paraba de llorar y gimotear. No se la entendía una jodida palabra con tanto llanto y sofoco que profesaba. La presentadora (a partir de ahora “putita cachonda con estilo”) acribillaba a preguntas a la viuda canina. Spaski sentía curiosidad por el perro, del que por cierto, no había aparecido ninguna foto.

A Spaski no le gustaban demasiado los animales. Tenía un perro, pero no eran demasiado amigos. Ahora mismo, por ejemplo, ni siquiera sabía dónde estaba el can. A éste le gustaba salir a dar paseos sin avisar y tirarse a otras perras. Joder, Spaski quería reencarnarse en perro. Todo era mucho más fácil. Dormir, comer y follar. ¿Acaso se puede hacer algo más interesante en la vida? Los perros tienen mucha suerte, sin duda.

Hablando de perros, se acordó de su vecina, Lucía, que tenía un pastor alemán gigante. La verdad que Lucía era una tipa interesante. Tenía gafitas, esas gafitas que se han puesto ahora de moda, rollo ochenta, o cualquier otra década pasada y que todos los gilipollas se compran y se ponen (aunque no tengan por qué usar gafas) Spaski deseaba que se pusieran de moda los aparatos metálicos esos que se le ponen en la boca a los niños para corregir sus dientes o mejor aún, que se pongan de moda las muletas. La gente es gilipollas. Bueno Lucía, aparte de llevar gafas de últimas tendencias, y por ende ser gilipollas, también tenía unas buenas tetas y un buen culo. Estos atributos físicos la dotaban de un poder superior al que le proporcionaba su intelecto. Spaski desconocía si tenía novio. Alguna vez la había visto paseando con algún chico (el prototipo estándar de su acompañante masculino era: moreno, 1,85, grandes brazos y ropa “moderna” – vamos, otro gilipollas-) pero nunca se la veía más de dos veces con él mismo. Spaski infirió en Lucía una gran promiscuidad y seguramente un elevado gusto por el sexo. Ahí tenía mucho que ofrecer, pensó. Aunque era cierto que no cumplía algunos de los cánones exigidos a priori por Lucía. Veamos, Spaski era moreno y alto, bien. Pero, desde luego, no tenía grandes brazos, y no poseía ropa “moderna”. Esto último era un hándicap importante. No entraba en sus planes irse a comprar ropa de esa clase y apuntarse al gimnasio para aumentar su volumen muscular tampoco era una opción. Spaski prefirió explotar más sus cualidades. Se puso el pijama más ajustado que tenía y se metió un par de periódicos meticulosamente arrugados en la zona genital. Se miró al espejo. Aquello no estaba mal, pero todavía era mejorable. Se lavó la cara y se peinó. Ahora sí. Si no triunfaba así no lo haría nunca. Acabó la cerveza de un trago y salió al descansillo. Él vivía en el segundo y Lucía en el piso de arriba pero subir las escaleras era fatigable y podía llevarle a sudar, por lo que decidió llamar al ascensor y que éste trabajara por él. ¡Bendito Schindler!
- ¡ Estos alemanes siempre proporcionándonos grandes inventos!

Estaba delante de la puerta. Llamó al timbre. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… Nada.
Volvió a llamar. Tres, dos , uno… Nada de nuevo
Un último intento. Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiingggggggggggg. Ahora sí, se abrió la puerta de golpe.
- Hola vecino, ¿qué sucede?
Madre mía. Era Lucía y estaba en albornoz. Debía estar metida en la ducha o algo parecido. El periódico se empezó a mover ligeramente. Por cierto no había preparado nada. ¿Qué le iba a contar ahora a esta guarra?
- Buenas Lucía, soy Spaski como ya sabrás, tu agradable y entrañable vecino de abajo. Siento si te he molestado o pillado en mal momento, pero necesitaba urgentemente de ayuda vecinal. Mira, me encuentro en una situación delicada. Estoy con 40 grados de fiebre y sufro vómitos y mareos frecuentemente. No dispongo de ningún tipo de medicamentos y no sé como poder ir al hospital, aunque tampoco me encuentro con ganas de desplazarme hasta allí. ¿Tú me podrías ayudar?
Para no tener nada preparado, no estaba mal la verdad.
- Eh bueno Spaski, ¿no habrás estado bebiendo demasiado últimamente?
Joder, putos vecinos, también Lucía sabía de su afición por la bebida. No veía que había de malo en beber todos los días algo de alcohol. La gente tiene en muy mala estima al alcohol.
- Ya sabes como es la gente Lucía… Tampoco bebo demasiado. Además me encuentro mal de verdad.
- Bueno pasa, miraré a ver si tengo algo para darte y te acerco al hospital ¿ok?
- Perfecto Lucía, eres una gran mujer. Que Dios te acoja en su seno

Spaski tomó asiento en la salita de estar. En un confortable sillón de pana marrón. La casa no estaba mal. Era decorada con gilipolleces varias. Eso sí no había un puto libro en toda la casa. Puta Lucía pensó, con esas tetas y ese culo. El papel del periódico se había deslizado ya casi del todo. En esas irrumpió un perro ladrando en la sala.
GUAU GUAU

- Ah, mira Spaski, pensé que venías por él. Es tu perro, no sé qué le pasa pero cada dos por tres se mete en mi habitación. Bueno se mete hasta mi cama mejor dicho y … bueno me da un poco de vergüenza decirlo, pero me empieza a lamer.
- ¿Mi perro? Joder y yo buscándolo todo el día… Es un perro muy travieso.
- Sí, bueno a mi no me molesta, me gustan los animales mucho, sobre todos los perros y más si estoy sola en mi cama. Me gusta que se metan conmigo y me laman.
- Tú lo que necesitas Lucía es un hombre que te abrace por las noches.
- Prefiero perros que me laman. Bueno que te estoy contando demasiadas cosas, aquí tienes tu medicina. Ahora toma mi bonobús y vete al hospital. ¿Me puede quedar con tu perro esta noche?

Malditos animales. Al menos estará bien acompañado pensó. Bajó a su piso y abrió otra lata de cerveza. En la tele ya no estaba la viuda canina llorando ni la putita cachonda. Ahora había una corrida de toros. Apagó la tele y abrió otra cerveza. Mientras la bebía en silencio de arriba provenían sonidos:

- ¡Síííííííííííííí!
- ¡GUA, GUAU!

3 comentarios:

  1. Muy original, me he reído mucho al final XDD

    ResponderEliminar
  2. Tu vecina, aparte de no ser un putón verbenero como a todos nos hubiese gustado, es una zoofilica. Se merece que un gato cabrón le arañe los tobillos y le haga unas carreras en las medias. Salu2

    ResponderEliminar
  3. Muy bueno, hacía tiempo que no me sorprendía tanto con el final de una historia.

    ResponderEliminar