viernes, 26 de noviembre de 2010

¡Navidad!

Introdujo su mano en la faltriquera derecha de sus desgastados jeans. Se hizo con la llave, no sin antes luchar torpemente con la telilla que imponen los putos fabricantes chinos dentro de los bolsillos de vaqueros destinados al público juvenil, y se dispuso a introducirla en la cerradura.
Volvía a casa tras otra dipsómana tarde que empezó con la visita a su terapeuta psicoanalítico. Freud se la traía floja pero se sentía fuertemente atraído (“sin posibilidad para controlar sus instintos sexuales”) por la que, se suponía, era su guía psíquica.
Aquella mujer desprendía sicalipsis por los cuatro costados.

Él solía entrar en la consulta, tras ingerir alguna que otra copa. Así abrazaba con mayor énfasis e interés las ideas proyectivas que pululaban por la sala.
Tras otra sesión desperdiciada, y económicamente dolorosa, tuvo una idea. Era un idea como las que solía tener él: estúpidas y desquiciantes, pero muy reconfortantes para su maltrecha psique. Esa noche debía ir al casino. Sí, debía gastarse el dinero en algo realmente interesante. Ahora que esa jodida representación de las ruletas, las cartas y los croupiers había hecho aparición en su mente no podía ignorarla. No podía traicionarse así mismo, ni a su psique. ¿Cómo lo entendería aquello su bella consejera?
No, ella misma le había dicho que no era bueno reprimir sus pulsiones.

Del período comprendido entre la primera apuesta en la ruleta hasta la última carta del blackjack, no recordaba gran cosa. Sabía que había estado bebiendo durante horas algún tipo de whisky (si era barato o no, lo sabría mañana al despertar) rodeado de jóvenes chinas, a las que por cierto se olvidó preguntarlas por la telilla de los bolsillos.
De allí recuerda vagamente el trayecto en taxi hasta Heaven, el puticlub más famoso de la ciudad. Tras un breve pero intenso acto sexual con una de las múltiples rumanas que proliferaban por el sucio garito, puso fin a su tarde-noche de aquel día.

Y en esas se encontraba, intentando abrir la puerta, cuando de repente, como una aparición divina, su psique vislumbró algo entre la maraña de ingredientes etílicos que la poseían.
Volvió a introducir la llave en su jodido bolsillo de chinos y salió corriendo hacia la calle. Corrió y corrió, en nombre de Freud y del psicoanálisis, en honor a la diosa Fortuna y al dios Baco, corrió por él y por su pene y siguió corriendo hasta que llegó a la puerta de la Iglesia.

Era domingo por la mañana y aquello estaba atestado de fieles.

- ¡Me cago en Dios! – gritó

4 comentarios:

  1. Muy bueno...jeje
    Nos seguimos!

    Salu2

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  2. Un buen feligrés que no va por el buen camino...Freud es una pérdida de tiempo, y la iglesia está bien si quieres conocer a niños y niñas pequeños y pervertibles. Me quedo con el blackjack y el whisky, a ser posible caro.

    Saludos,

    VD

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  3. Hola! lo primero gracias por pasar por mi casa!
    Lo segundo felicitarte por lo bien que escribes!
    este relato es canela fina, y el final...me lo he podido imaginar y todavía me estoy descojonando!
    Te sigo por supuesto!!

    Un saludo!

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  4. Dipsómana tarde vale, pero ¿desprender sicalipsis?....."demasiao".

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